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De todos el más importante sin duda fue la revista Alborada , tanto por su amplio contenido como por su y durabilidad.

Tras la Guerra Hispano Cubano Americana el ejército español se va a casa, el norteamericano se asienta peligrosamente en la Isla y el libertador se disuelve, tras muchos años de cientos de batallas en la manigua y las ciudades. Por una miseria este se licencia y sus mambises se integran a la vida civil. 

Entre ellos estaba Juan Francisco Horta Ayala (no se ha encontrado foto alguna de este), quien ostentaba el grado de Capitán del Regimiento Palos y vuelve a ese lugar donde nació, término del actual de Nueva Paz. Se dedica entonces al trabajo periodístico en la única imprenta existente en aquella comarca, en cuya fachada se mostraba su nombre: El Fénix , en la calle Venero entre San Juan y San Miguel. 

Aunque de sus máquinas salieron distintos materiales como anuncios, acontecimientos culturales, la crónica social y periódicos. De todos el más importante sin duda fue la revista Alborada , tanto por su amplio contenido como por su y durabilidad. Se dice que funcionó desde 1910 hasta 1959 en que se trasladó a un local en La Paz, esquina a Ernesto Valera y varios años después a Nueva Paz por las malas condiciones del inmueble. 

LA INCÓGNITA DE UN CAMBIO 

José López Martínez, historiador del municipio, ha indagado acerca del por qué del primer cambio. “No se entiende la razón por la cual se trasladó de su lugar original, pero pasó, aunque tanto en uno como en el otro funcionó. Alborada costaba 10 centavos y en ella había poesías, anuncios, informaciones y comentarios”. 

Entre las poesías les propongo esta titulada Solariegas: 

Cuando apenas un rayo de bonanza brilló en el mar de mis desolaciones, se embarcaron mis blancas ilusiones en el esquife azul de la esperanza. 

Y quedé taciturno y sin consuelo sobre la playa entristecida y sola, mirando de ola en ola, alejarse mi frágil barquichuelo. 

CON TEMAS OSADOS 

En cuanto a los comentarios, sorprende en nuestros días la profundidad de los temas tratados y la osadía de hacerlo en aquel entonces, como pude ser uno publicado en la revista No 52 correspondiente a marzo de 1919 con el título: Dos fuerzas 

El capital y el obrero quieren la paz, pero sin la Espada de Damocles colgando de sus cabezas por la falta de habilidad de los gobernantes. En lo que va de República, con los despilfarros del Gobierno de José Miguel y el General Menocal, ya los ferrocarriles podrían ser propiedad del Estado… 

Los peligros que hoy nos amenazan todos pudieran olvidarse con una legislación previosa y adecuada. Ese peligro que implica la soberbia de un extranjero al frente de los ferrocarriles: ya se podía haber descartado, porque esos ferrocarriles ya podrían estar nacionalizados. 

Más adelante se adentra en otra realidad de la convulsa época neocolonial. Mientras los partidos obreros han vegetado en una relativa organización y clamado en vano ante la puerta de los patrones, los gobiernos han desdeñado la consideración de sus derechos y aspiraciones. 

La paz moral no será más que un período transitorio mientras esté basada en la arbitrariedad, y se seguirá causando la ruina económica de las grandes empresas, como seguirá llevando la miseria al hogar de los humildes. 

Otros comentarios se refirieron al centenario de Rousseu, el paso del automóvil en las primeras décadas del pasado siglo y política internacional. 

LAS MÁQUINAS RESISTEN 

En uno de los periódicos de El Fénix , en Los Palos, aparece una idea quizá poco conocida del Generalísimo Máximo Gómez: Sin la prensa, nada podemos hacer . Algunas de sus máquinas vencieron el tiempo y pueden verse en el Museo Municipal de Nueva Paz, donde se conservan en buen estado. 

La casa donde vivía Juan Francisco Horta Ayala era contigua a la imprenta, pero de ella apenas queda parte de la fachada, lamentablemente. Su tumba, situada en el cementerio de Los Palos, requiere de una mejor atención, pues se trata de un oficial del Ejército Libertador, devenido periodista que mantuvo su dignidad y valor hasta muerte, ocurrida el 6 de mayo de 1935. 

Por: Reinaldo Fuentes

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