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Sentados como estaban, él se acurruca hacia su compañera y le mira tiernamente a los ojos. Nadie como ella lo comprende tan bien y eso es lo que ha dado pie para que los demás compañeros de la escuela comenten maliciosamente

Sentados como estaban, él se acurruca hacia su compañera y le mira tiernamente a los ojos. Ella lo conoce perfectamente. Sabe que cuando adopta esa posición, significa que algo anda mal y necesita comunicárselo. Lo observa fijo, mientras sus delicados dedos se enroscan en los ensortijados cabellos del muchacho. Nadie como ella lo comprende tan bien y eso es lo que ha dado pie para que los demás compañeros de la escuela comenten maliciosamente.

Quizás tú, ahora mismo, estés pensando que se trata de una pareja de tortolitos enamorados…¡Error ciento por ciento! Ellos no son más que excelentes amigos.

La amistad mujer-hombre es tan natural como la que se establece entre personas del mismo sexo, solo que los malpensados siempre tratan de descubrir segundas intenciones, anclados en posiciones seculares hace ya rato en desuso. Si mi abuelita tuvo que criarse en una escuela de monjas y mi mamá en un colegio exclusivo para señoritas, hoy nuestra juventud participa junta en casi todos los proyectos, sin distinción de género.

Acaso este año te hayan tocado las actividades agrícolas en un campamento mixto. ¿Te limitarías de relacionarte o contar con la amistad de alguien del sexo opuesto? Seguro que no. El círculo se estrecha aún más si estudias en una beca o internado, donde el intercambio entre chicas y varones constituye parte de la cotidianidad.

Amistad y… nada de “eso”

La cienfueguera Purita confiesa una profunda admiración por su amigo Arístides: “Con él puedo hablar cosas que a otra gente escandalizaría –explica–. Compartimos ideas, objetos, y él es muy tierno conmigo. Lo conozco desde la secundaria y siempre me atrajo su compañía, sin pensar en lo ‘otro’. Un día decidimos alquilar una cabaña y nos fuimos de excursión solos. Tuvimos que dormir pegaditos; sin embargo, de ‘aquello’ no pasó nada.”

–¡¿Qué tú dices?!– te dirás–. Eso no se lo cree nadie. En el fondo hay algo.

Por: Ramón Torres

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